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molino de aceite

El laboreo de la aceituna pasó inadvertido durante el siglo XVIII, según se advierte en el Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752. Fue a partir del siglo XIX cuando el olivar comienza a adquirir bastante importancia, donde comienza a implantarse en áreas de tierras de secano que eran inapropiadas para la siembra de cereales. De esta manera, el olivar adquirió un importante protagonismo en Casas de Moya, antes de que llegará el boom del cultivo de la vid.

Raro era el agricultor que no tuviera alguna plantación de olivos. Hubo propiedades con grandes extensiones de olivar, pero también había pequeñas plantaciones familiares que, para su sustento, basaban la producción de aceite en el autoconsumo.

Muestra de este auge, Casas de Moya dispuso de una pequeña almazara, de las primeras en funcionar con energía eléctrica, que atrajo a numerosos usuarios que se asociaron a esta diminuta industria. Sobre todo acudían los pobladores de las vecinas aldeas de Casas del Rey, Casas de Pradas y la de los caseríos diseminados en el entorno del río Cabriel.

Una vez depositada la aceituna en la tolva y esta se prensaba, el aceite era conducido a unas pequeñas balsas donde se le añadía agua. Mediante decantación natural, el aceite quedaba separado de la masa acuosa, situándose en la parte más superficial de las pozas, y el alpechín quedaba posado en el fondo de las mismas. Funcionó hasta mediados de los 70.

Interior del molino de aceite de Casas de Moya

otros usos del aceite de oliva

Aparte del culinario, el aceite de oliva también se utilizaba para realizar conservas, para lubricar, realizar jabón casero o para usar el candil cuando se requería alumbrar. Los candiles constaban de un depósito el cual se rellenaba con aceite de oliva y se empapaba en él una mecha que se hacía de algodón. Por el borde del candil se extraía uno de los extremos de la mecha, para poder prender la llama, que llegaba a durar encendida durante varias horas.


Candil de aceite en un pajar de Casas de Moya