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LAS ESCUELAS

Según datos oficiales del municipio al que pertenece Casas de Moya, en Venta del Moro se propiciaban todas las circunstancias para que se dieran unos niveles altísimos de analfabetismo. La población se dedicaba casi en exclusiva a la agricultura y mucha vivía diseminada en pequeñas poblaciones o caseríos, dentro de un extenso y apartado territorio. Además, por la gran dificultad existente en las vías de comunicación, ir a la escuela suponía un gran sacrificio para sus gentes, haciéndolo incompatible con sus vidas dedicadas a las labores del campo.

La escuela de Casas de Moya se creó en el año 1918 y fueron estrenadas por el maestro D. José Remacha, el cual marcó a la población casamoyera de la época con sus grandes dotes de educador mezclado con sus cualidades de médico. Además, posteriormente, impulsaría la creación de la iglesia, la almazara o el seminario dentro de la propia aldea. Desde el inicio, las clases se impartían en lo que es actualmente la vivienda de Saturnino Haya, en la calle de Marín Lázaro. Más tarde, por propuesta del consejero Gregorio Pardo Martínez, se aportó documentación para ampliar la escuela en mayo de 1937, por lo que para entonces las clases pasarían a darse en el edificio que alberga al seminario, hasta que se construyeron las escuelas definitivas en la década de 1950. Esto fue fruto de que la pedanía seguía teniendo un continuado aumento demográfico. La creación de la escuela dio una gran oportunidad a los pobladores de Casas de Moya, en un periodo de la historia en que la aldea era una de las más aisladas y peor comunicada de toda la comarca y jamás había tenido maestro. Así pues, todos los pequeños que tuvieron la oportunidad de acceder a esta escuela aprendieron a leer y escribir logrando salir de un analfabetismo bastante extendido.

Imagen: alumnos de Casas de Moya. El maestro es don José Remacha. Año 1924. Fuente: Los inicios de la educación pública en Venta del Moro (1840-1920). Alfonso García Rodríguez

Actualmente, el recinto de las antiguas escuelas es ahora usado como centro médico y social desde su reforma en el año 1993. En su amplio vestíbulo se pueden divisar algunas fotografías antiguas que ilustran los inicios de la educación en la aldea.

Imagen actual del recinto de las escuelas. Foto: Rubén Guaita

poema a la escuela abandonada

Cuatro desnudas paredes llenas de tedio y tristeza;

cuatro arbolillos enjutos en cuatro esquinas desiertas,

un portón desvencijado, dos pizarras somnolientas,

tres ventanas sin miradas, polvo sin paz y sin guerra...


Silencio, mustio silencio, muda y pertinaz ausencia

de risas y savias jóvenes, de lirios y rosas nuevas

entre los salientes muros de la escuela de la aldea.

Hasta las dos golondrinas que, en primaveral hacienda,

forjaron su hogar alegre bajo el dosel de las tejas,

sienten nostalgia de niños piando añoranza y penas... ¡Todo es letargo en el atrio de la abandonada escuela!


El aire se queda mudo, sin ecos, sin confidencias,

sin susurros ni armonías en sus visibles cuerdas.

¡Ay, pobre escuela aldeana, ayer luz, amor y ciencia,

ahogándote en la clausura de cuatro paredes viejas!


¡Ay, pobre escuela aldeana, campo sin sol ni cosechas!

¡Quedaste huérfana y triste, estéril, truncada, seca,

-bajel sin tripulación- fría, oscura, sucia, yerta!


Porque así lo quiso Dios, fuiste cerrada a la fuerza...

Con dos niños se quedaron en la arrinconada aldea,

tu clausura hubo de ser cuestión lamentable y cierta.

Sin remedio, tu destino, quebrando su línea recta,

en el deber y el haber naufragó sin darse cuenta.


¡Es tan fácil naufragar en los mares de la renta...!

Feliciano A. Yeves Descalzo - Poemario venturreño. 2002